miércoles, 12 de junio de 2013

La navaja de Occam

Alguna vez sentí que existe una afinidad profunda entre el policial clásico y el principio conocido como "la navaja de Occam", según el cual "en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta". Creo que esa afinidad se sostiene en obras como El misterio del cuarto amarillo de Gaston Leroux, donde si, por ejemplo, una persona no pudo escapar de una persecución, entonces no escapó. No tiene nada que decir, en cambio, de cuentos como algunos de Conan Doyle, en los que la intriga familiar opera de fondo y es accesible al detective antes que a nosotros. En mi pensamiento estas consideraciones son vecinas de algo que Fabián me contó una vez. Cristian, también conocido por nosotros bajo el epíteto "el pibe de Biblos", era un habitué del bar "El cómplice", que ya no sé si se sigue llamando así y está justamente al lado de la librería Biblos. Fabián era, obviamente, otro habitué. Cierta vez Fabián le preguntó: "¿cómo hacés para laburar y estar todo el día chupando?". Si postergo la respuesta que Cristian le dio es sólo para ilustrarla con una anécdota que me gusta mucho.


Una tarde estábamos en el bar, tomando probablemente esos vasos de vino que fundamentaban la persistencia de Fabián como cliente. Cristian tomaba una cerveza en la barra. El bar, que definiría como un copetín al paso para diferenciarlo de bares de otro tipo, es un espacio abierto hacia la calle con mesas en la vereda en el que uno puede tanto interactuar con los clientes como ver lo que pasa afuera. Así es que Cristian, vaso de cerveza en la mano, me pregunta en un momento, señalando probablamente con el mentón a una chica parada en la vereda en aparente situación de esperar algo: "¿tiene medias o es así de blanca?". La miro unos segundos y contesto: "es así de blanca, mirale las manos". Pasa un momento y una mujer entra a la librería, la ve vacía, sale a la vereda y llama a Cristian para que la atienda. La mujer entra a la librería nuevamente. Cristian se queja: "no te dejan tomar un aperitivo". Entra a su vez a la librería y, detrás de él, la chica de piernas blancas. La espera se esclarece: ella también había encontrado vacía la librería pero su solución había sido esperar. En el colmo de esa espera el esperado tomaba cerveza y se preguntaba por el color de piel de la chica.
Un tiempo antes de esto que estoy contando fue que Fabián le preguntó a Cristian cómo hacía para trabajar y a la vez consumir bebidas en el bar. Quizás mi mención de "la navaja de Occam" haya permitido al lector anticiparse a la respuesta. Esa vez Cristian, ofreciendo la explicación más sencilla, le contestó: "no laburo".

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