Un día de semana a las seis de la tarde Yanel vino a buscarme a la salida del trabajo. Fue cuando trabajaba en un call center de mala muerte en el que estuve un mes. Ella me había mandado un mensaje de texto o me había llamado unas horas antes para avisarme que iba a pasarme a buscar para que habláramos. Detrás de esa necesidad de hablar entreví alguna confesión difícil o alguna pregunta desestabilizadora, una de esas cosas que no pueden decirse más que en persona. Cuando salí de trabajar Yanel me llevó hasta una plaza que estaba a media cuadra. Nos sentamos en un banco. Ahí me lo dijo. "Falleció Fabián".
No recuerdo si le pedí ni si me dio en el momento detalles al respecto. Sí recuerdo que nos estábamos enterando de la noticia dos días después del hecho, que antes que nosotros lo supo gente que nunca llegó a tener con él la cercanía que yo tuve, que ni siquiera sabían que él y yo habíamos sido amigos. Hacía más o menos dos años que nuestra amistad se había terminado y yo no supe ni quise saber mucho de su vida después de eso. Sé que para algunos que lo conocieron la noticia era un resultado esperable, que la muerte no es sorprendente cuando el muerto ha vivido su vida al límite. Pero yo lo había conocido lo suficiente como para confiar en su capacidad para sobrevivir, para zafar de todo. Lo primero que le dije a Yanel cuando me lo contó fue lo primero que pensé y sentí. "Pobre pibe."
buenisimo marian
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